SUTURAS
LA VIDA inicia en rojo. La oscuridad abriendo su acueducto. El líquido amniótico se derrama entre las piernas y el útero empuja al nuevo ser. La vida comienza con ese exilio. Tomas al bebé en tus manos. Está sucio. Tus guantes se manchan con la sangre de la madre. Luego de los gritos, un breve silencio. Aunque puede ser largo. Puede durar toda la vida, el silencio. Callarnos antes de poder llorar a todo pulmón.
XIII
Escucho sus huesos detenerse.
Las bombas de infusión
brillan y parpadean como ojos,
inyectan en el brazo la dosis de alivio.
Le digo: no hay más por hacer.
Sólo esperar.
La madre mira el pecho de su hijo
subir y descender.
Ha llegado a ese punto.
La eternidad cabe entre dos latidos.
Me dice que no entiende.
No es esperanza lo que busca
sino, más bien, una certeza.
Un ancla donde asegurarse
o que acabe de hundirla.
Hay que esperar, le digo.
No hay certezas
en las palabras.
Hay un filo. Una compañía.
SUTURAS
PREFIERO EL azul que el rojo. Me gusta su descanso, su pausa fría. En la sala de operaciones se utiliza el azul para contrastar y que el cirujano no se distraiga del rojo que más importa: el de las vísceras. Los uniformes quirúrgicos, los cubrebocas y las sábanas buscan darle su lugar al rojo. Para no apartar la mirada ante el cuerpo herido. Para no perder los matices de la carne.
XVIII
Pesa entre 15 y 30 gramos.
Mide de 4 a 6 centímetros.
La tiroides
es una mariposa
abrazada al cuello.
Qué sencillo explicar con palabras
los lugares del cuerpo.
Decir árbol bronquial
y que nazcan ramas buscando oxígeno.
Decir pupila
y que una niña se siente al centro de los ojos.
Pero cuando mi amiga dice
cáncer
es otro el animal
de su tráquea.
Dice cáncer y la sangre,
la piel, el frío
se astillan.
Mi amiga sonríe
como si no le importara.
Se ha entrenado para no mostrar
emociones
en momentos así.
Pero esta vez no le sirve
su bata blanca
ni la máscara de compasión
que usa en los pasillos.
Es ella quien debe darse la noticia.
Se concentra en la acción
para no pensar en lo que sigue.
Diagnóstico. Pronóstico.
Tratamiento.
En otros términos:
destino.
Mi amiga dice cáncer
pero no se aflige. No quiere.
No tiene tiempo.
Quiero ofrecerle
una palabra que adelante los días
y ponga mi brazo en las agujas.
Qué delgadas son las palabras
para decir
y que no se rompan.
Quizá soy quien más teme.
No al desenlace
sino a su cercanía.
A mi propia garganta.
Todo este tiempo miré a la enfermedad
como quien ofrece
su vaso de agua al incendio.
El rescatador,
no el rescatado.
Pero la realidad siempre ha sido
una casa de espejos
que nos hace preguntarnos
sobre el lugar donde observamos.
Mi amiga acerca
mi mano a su garganta.
¿Quieres sentir? Toca.
¿Lo sientes?
SUTURAS
TODA LA vida comienza en un punto rojo. Un círculo minúsculo que crece y se deforma. Digo deformar porque el círculo se consideraba una figura perfecta como Dios. De ese punto mínimo en el espacio, esa área casi inexistente, se va desfigurando nuestro cuerpo. Hasta nacer. Hasta morirse.
Orlando Mondragón (México). Es médico de profesión y poeta. Ganador del IV Premio de Poesía Joven Alejandro Aura por Epicedio al padre (2017). Ha sido becario en diversos programas de creación literaria, entre ellos Interfaz ISSSTE-Cultura en 2017, el Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico del estado de Guerrero (PECDAG) en 2018, y el de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2019. Recientemente obtuvo el XXXIV Premio Internacional Fundación Loewe de poesía 2021 por su libro Cuadernos de patología humana (Visor, 2022).