UN TREN PUEDE LLEVARSE UN PÁJARO, PERO NUNCA SU CANTO:
PROFECÍA DE LOS TRENES Y LOS ALMENDROS MUERTOS (2020)
DE MARCO AGUILAR
Por: Yordan Arroyo Carvajal
idu17933@usal.es
Debido a la reciente muerte del poeta Marco Antonio Aguilar Sanabria (n. 1944 - † 2023),[1] el mismo día de su cumpleaños, 3 de enero de 2023, a sus 79 años, se presentan algunas aproximaciones crítico-literarias alrededor de su último poemario Profecía de los trenes y los almendros muertos (2020), uno de los primeros publicados en la Editorial Nueva York Poetry Press, propiamente, en la colección “Tránsito de Fuego” (en homenaje a Eunice Odio).[2] La publicación de su libro en esta casa editorial es muy importante porque, según González (2015), a su poesía no se le había dado, en medios de difusión, su merecido valor.
No obstante, este problema comentado por González (2015) sufrió una variante cuando se publicó Profecía de los trenes y los almendros muertos (2020) y cuando aparecieron algunos de sus textos en Nueva York Poetry Review, medio a través del cual las barreras del regionalismo turrialbeño, al cual vivió aferrado con gran compromiso,[3] se rompen, para permitirle ingresar en geografías digitales, en donde una o varias producciones literarias pueden movilizarse hasta diferentes partes del mundo con tan solo presionar una tecla, el mouse o colocar alguno de nuestros dedos en la pantalla táctil de un celular u otro dispositivo tecnológico de los muchos que hoy se conocen.
A partir de ese momento, aunque él no lo quisiera, lo buscara ni lo solicitara, pues siempre fue alguien aparte, humilde, sencillo y que se opuso, aunque ya demasiado tarde,[4] a la publicación de su ópera prima Raigambres (1961, Biblioteca Líneas Grises), la manera de acceder a su poesía cambió; su nombre empezó a sonar más, a eso se sumaba la publicación de su poesía reunida que apareció, años atrás, en 2009, en la editorial de la UNED, hoy, bastante accesible para quien desee acceder al corpus poético de este autor.
Cuando Marisa Russo estableció contacto con Aguilar y lo consideró para ser parte de sus proyectos, junto con otros poetas de Turrialba como Juan Carlos Olivas,[5] Carlos Enrique Rivera Chacón, William Velázquez Vásquez, Luis Rodríguez Romero, Daniel Araya Tortós, Eduardo Fonseca y Manuel Umaña Campos, no solo hubo un cambio en la difusión de su poesía en el ámbito internacional, sino también de otros autores. Actualmente, como ya lo he mencionado en otras ocasiones y en estudios en proceso, la labor de difusión cultural de dicha poeta argentino-costarricense-norteamericana[6] ya marcó un hito en la historia de la poesía costarricense, pues abrió las puertas a poetas, unos ya con trayectoria, aunque algo distantes del vallecentralismo, de sus gremios, mafias y amiguismos imparciales, y a jóvenes nacidos en los años noventa, entre ellos sobresalen, por la calidad que vienen mostrando en sus obras, continuidad, compromiso y recepción de sus textos en medios digitales y otros sectores, Ignacio Aru,[7] Sean Salas[8] y Byron Ramírez Agüero.[9] A estos nombres se suman, con el espacio para que publicaran sus óperas prima, Alelí Prada,[10] Daniel Araya Tortós[11] y la pronta publicación de Eduardo Fonseca. Asimismo, aunque ya no nacida en los noventa, sino en 1988, Carolina Campos Solís.[12]
Según nuestras interpretaciones, gran parte de Profecía de los trenes y los almendros muertos (2020) encierra la entrega del poeta a la voluntad sagrada.[13] Argumentos sobran para fundamentarlo. Aquí exponemos algunos. Durante su proceso de elaboración y de publicación, él ya se encontraba enfermo, aunque con el paso del tiempo su estado de salud se fue deteriorando.[14] Este acontecimiento biográfico es clave para nuestro análisis literario.
Aunque en varios poemas el eje central sea la esperanza, el amor[15] y la solidaridad (aspectos que marcan la identidad poética en su trayectoria literaria), las mayores tensiones, temática y estéticamente, se concentran en ideas y emociones provenientes de una voz nostálgica,[16] cargada de añoranzas, viajes hacia el pasado de su infancia, su juventud y a épocas míticas construidas por su inconsciente o por el poder de su imaginación,[17] espacios cotidianos; elementos simbólicos de la naturaleza, muy al estilo nostálgico de poetas sobresalientes de inicios del siglo XX en España como Antonio Machado (en Campos de Castilla, 1912); preocupaciones existenciales y espirituales (con constantes intertextos cristianos y bíblicos);[18] críticas sociales asumidas con madurez y compromiso;[19] construcción y reafirmación de su identidad (asunto también visto en la búsqueda de su árbol genealógico)[20] y referencias constantes, en muchos casos de manera filosófica, a la memoria, al tiempo, los recuerdos y la muerte. Interesa, particularmente, en las siguientes páginas, referirse a la construcción del significado de la poesía y de las palabras para la voz lírica y a algunas concepciones, alrededor de la muerte, la memoria, el tiempo y el olvido.
Poesía y palabras ; pájaros y cantos:
El libro inicia con el poema breve “PLATO DE ORO” (p. 9), el cual reproduce los significados de la poesía para este autor; acto sagrado y a la vez extraño y doloroso, modo de vida o de supervivencia y labor muy importante[21] y que se alimenta o llena[22] por medio de las palabras. Estos elementos se observan a lo largo del libro y se vinculan con algunos de los poemas e ideas, respecto a qué es la poesía, que caracterizaban a su coetáneo Laureano Albán:[23]
VERSOS |
TÍTULO |
“Te cambio dos suicidas / por un recién nacido / y toda la gramática / por un solo poema” |
En “Mi guillotina por mi decapitado” (p. 10). |
“la poesía / es una hermosa forma de esquizofrenia” |
En “El poeta habla solo por las calles” (p. 15). |
“si le robas el canto / no va a quedarle nada” |
En “Desnudo y silencioso” (p. 22). |
“¡Yo no soy abogado en Babilonia/ no me dedico a la carpintería,[24] / yo soy poeta, escribo y eso duele!” |
En “Brújulas en la oscuridad de Babilonia” (p. 40). |
“por lo que usted más quiera / permítale cantar” |
En “Captúrelo, si puede” (p. 41). |
“traigo un poema vivo entre los dientes”
|
En “Cómo matar un grillo en el verano con un poema vivo entre los dientes” (p. 72)[25] |
Muerte, recuerdos y olvido: tres espejos atados a una dimensión de agua:[26]
La muerte, los recuerdos y el olvido son temas que de una u otra forma, en la mayoría de casos están atados a un mismo hilo, la memoria (ella puede ser efímera y caer en el olvido o permitir la inmortalidad de alguien a través del recuerdo). En el caso de este libro, los tres puntos aquí referidos forman parte de los mayores intereses de la voz lírica. Esto se observa en el poema autobiográfico, a partir de tonos filosóficos, “Soy Marco Aguilar”. El sujeto de enunciación se preocupa por indagar y dejar claro quién es (descarga suprimida en el uso constante del verbo ser) antes de morir; ante la falta de identidad las posibilidades de ser olvidado son mayores. No obstante, el olvido tarde o temprano llegará, así como la muerte: “Esto soy, esto soy, qué quieren que haga, / una pieza perdida del ajedrez de Dios,[27] / hijo mayor de Toño y de Chepita, / el nieto de Fernando, Federico, Rafaela y Micaelina, con los genes de Urías y de Rosa, / “Toya”, la bisabuela amada por mi madre, / y otros tantos cuyo nombre ya nadie recuerda / así como nadie sabrá nada de mí[28] dentro de mil años (p. 12).
Esta misma preocupación por el olvido, en un tono intenso, se observa en el poema “Algo quería decirte”, que además se vincula con la dedicatoria inicial del libro, el in memoriam; el poeta escarba en su memoria y recuerda seres queridos que han muerto. A través de la voz lírica transmite el deseo de encontrarlos, para decirles lo que siente (si es que los años no le juegan una mala pasada y hacen que al llegar a las lápidas se olvide de ello [vejez y pérdida de memoria]):
Tumba
tras
tumba
va.
Pasa leyendo lápida
tras
lápida
en aquel infinito cementerio.
Calle tras
calle
por años y por años
sin descanso.
Cuando por fin la encuentre
(si es que quiere encontrarla)
se tendrá que morir y que lo entierren
allí mismo
porque su vida
quedará sin propósito:
habrá olvidado el nombre que buscaba,
confundido
después de tantos nombres.
Por más esfuerzos que haga
no podrá recordar si era su hija,
su madre o su mujer.
Pero lo peor de todo
es que habrá olvidado totalmente
lo que quería decirle (p. 64).
Páginas más adelante, por medio de un juego de palabras, en el poema “Alguien te apagará”, la voz lírica plantea el destino de los seres humanos: “por más sepulturero que tú seas / alguien te va a enterrar un día de estos” (p. 16). La muerte se presenta como un ente absoluto y supremo, la voz lírica la respeta y la acepta. Esto se suma a la construcción del espacio caótico en “Vengo huyendo del siglo”: “Vengo enfermo del siglo, enojado del hambre, / tal vez un poco triste y furioso de guerras. / O sea que / vengo con mis esdrújulas muriendo (p. 18). Aquí, el sujeto de enunciación, en un tono ya conformista, pues ha aceptado su destino, sabe que de nada sirve haber huido del siglo XX, uno de los más sangrientos de la historia (dos Guerras Mundiales, pestes, holocaustos, crisis económicas, dictaduras y otros asuntos más), pues de igual forma, el tiempo comienza a quitarle el aire de sus manos. La salud del poeta se está deteriorando. Su inconsciente o voz lírica responde a ello.
Asimismo, imaginarios similares se construyen, de manera filosófica, en “Entre otras cosas inventamos la muerte”, el texto, por sí mismo, respira sin pulmones:
Entre otras ocurrencias
inventamos el tiempo
y demasiado tarde comprendimos
que el tiempo era la muerte.
Son cosas que nos pasan
por jugar de inventores.
El planeta
nos parece la bola de un péndulo
ciego
y toda la galaxia
palpita como un frío
cronómetro sin números.
Años, siglos
veranos de mentira,
lunas llenas, relojes en desuso
flotando en el espacio
sin pausa ni memoria.
Y el eclipse, puntual,
hermoso y anacrónico,
desvelador de astrónomos,
portador de siniestras profecías.
Terco reloj,
el sol que nunca falla,
un día se va a cerrar
igual que las mandíbulas de un tigre,
pero entre tanto nos entretenemos
inventando la muerte
y otras cosas horribles (p. 33, los subrayados son propios).
Si se nota, el verso “inventando la muerte” se presenta como un discurso retórico, se utiliza para emular o eliminar la carga pesimista que normalmente se implanta, en muchos de los imaginarios occidentales, detrás de la palabra muerte. La voz lírica trata de hacerla ver como un producto más de la imaginación. Es decir, ella es parte de la diversión, del acto de interpretar la vida como una montaña rusa en donde unos sufren y lloran por temor a la velocidad del viaje, mientras otros disfrutan de su aventura, tal cual aquel niño que nació en el “Valle Sagrado” (en “Soy Marco Aguilar”, p. 12) donde se encuentran “los ríos más limpios” (en “Los peces nos veían”, p. 87). Él se sentaba a filosofar en sitio creado por una memoria mítica, un mar al que hoy, su otro yo, el viejo, el poeta, el pájaro, ha regresado en un vagón con muchos almendros en su boca:
Escombros de la noche:
En otros tiempos yo frecuentaba el mar.
Me sentaba en la playa
haciendo un inventario cuidadoso
de todo cuanto el agua devolvía, como un notario
insomne
que apuntaba de todo, cosas como sombreros, aguacates,
troncos gigantes procedentes sin duda de bosques
fabulosos,
y hasta algunos cadáveres recientes con los ojos vaciados.
¡Cuántas cosas habrán amanecido en esas playas
a través de mi ausencia
sin que nadie anotara una palabra, sin que nos
percatáramos
de tantos jeroglíficos, tanta sabiduría soñada por la
espuma
que las aguas se encargan de borrar!
¡Cuántos calamares gigantes como regalos de la
prehistoria
para que los cangrejos de este siglo se alimenten!
Y esos barcos torcidos, bautizados con nombres ilegibles,
que ahora, más que barcos, son herrumbre
cuando pasan en lo que bien pudiera ser su último viaje
con sus banderas, lo poco que quedó de sus banderas,
y especialmente sus sirenas afónicas, cuyo sonido
no se parece a nada de este mundo.
Tengo tanto sin ir que casi no recuerdo
el ritmo de la sal atacando las piedras.
Aunque también el mar algunas veces viene con tesoros,
caracoles de oro, ánforas fenicias repletas de vino tinto,
guitarras sefarditas llenas de pentagramas olvidados.
Tal vez por solo eso vale la pena el viaje,
por oír esa música que nadie había escuchado en tantos
siglos,
para oler y sentir esos atardeceres que nos dejaron mudos,
paralíticos,
mirando como imbéciles la insoportable luz que se hunde
más allá de fronteras y fronteras
y el oceánico discurso, ese discurso loco,
siempre lo mismo y siempre diferente, casi como
el Bolero de Ravel
pero más sabio y mucho más potente.
¿Qué estarán pensando en esta hora los peces más
profundos,
dónde patrullarán los asesinos que olfatean las esencias
del miedo,
dónde estarán camuflados los que velan arpones
venenosos,
o las anguilas capaces de alumbrar la noche más
hermética?
¿Qué pensarán los filosos acantilados
en esta hora, cuando ven el velero ya sin mástiles,
sin velas ni timón, golpeado por los vientos y la lluvia
igual a un boxeador que cae despacio para no levantarse
nunca más,
repito, qué pensarán las piedras, si es que las piedras
piensan,
de ese viejo velero pintado de amarillo
que navega directo a los peñascos, los marineros
derrotados
sencillamente viendo por la borda el desastre que
casi seguramente les costará la vida?
El mar sucio de muertos,
el mismo mar de siempre jugando alegremente con
cardúmenes,
tiene recuerdos claros de los primeros troncos
que los antepasados imaginaron barcos.
Parecía imposible que flotaran
pero lo hicieron y en poco tiempo acarreaban el trigo,
el aceite
y los guerreros más estrafalarios con el botín de su rapiña.
¡Cuántos se habrán hundido sin dejarnos memoria de su
nombre
ni una sencilla lista de sus mercaderías, nada, nada!
Así es como nacieron los puertos
y la gente aprendió a despedirse con pañuelos en
los muelles,
cuando los asesinos fueron más felices que nunca
porque ponían entre ellos y los muertos un océano
completo.
Algo tienen las mares porque todos los hombres,
más tarde o más temprano, los buscamos.
Tenemos que acudir corriendo o arrastrándonos
a su llamado ronco y desafinado,
como trompetas en el último día que suenan feo
deliberadamente.
O tal vez en la última noche con la última espuma,
que brilla desvelada con la luz de la luna
llena de krill y no sé cuántos pequeños animales
mientras Dios amontona los escombros de la noche
para encender el fuego del día nuevo.
Solo Él puede jugar con fuego sin quemarse.
Vendrá el día, inevitablemente vendrá el día
en que el mar devuelva todos sus amados cadáveres
y emerjan de las profundidades los naufragios antiguos,
barcos hermosos con el capitán de pie en la proa
leyendo la bitácora,
los bañistas sorprendidos por olas paquidérmicas,
los pescadores hundidos por su pesca maravillosa,
y los suicidas. ¡Ah, no olvidemos jamás a los suicidas
arrepentidos en el último instante, cuando nada ni nadie
podía rescatarlos y se perdían irremediablemente
en ese cementerio sin tapias del océano!
Todo flota, regresa y se redime, excepto los turistas
corruptores de niños
que seguirán hundiéndose por los siglos de los siglos,
ajusticiados por los invertebrados ciegos de las
profundidades.
En este día todos los perros de la tierra,
quiero decir perros enormes y perros diminutos,
los cojos, los enfermos, los tuertos, los mansos,
los coléricos,
los malditos, los perros de pelea; inclusive los mudos
llegarán a ladrar frente a esas playas en un coro iracundo
de colmillos,
declarando que si en verdad del mar vino la vida,
igualmente del mar vendrá la muerte (pp. 131-134).
Por último, otros ejemplos hallados en estas líneas temáticas aquí analizadas son los siguientes:
En “Amanece” (p. 86), uno de los sujetos de enunciación afila su cuchillo en la penumbra para entregarse a la muerte, pero una muerte de salvación, sagrada, de luz, de calma. |
En “Exijo ver el cielo” (p. 44), la voz lírica desea disfrutar, reír, carpe diem, sentirse plena mirando al sitio adonde espera llegar, como un pájaro cuyo cuerpo vuela, pero deja sus cantos en la tierra, en los oídos de quienes lo escucharon y siguen escuchando, ya sea en la memoria o en los cantos que quedaron grabados en sus libros. |
En “Contratando payasos”, la voz lírica transmite los deseos de muerte de un hombre triste y los acepta, sin satanizarlos: “el quiere que lo maten / y eso es todo” (p. 61). |
En “Años de neblina” (p. 21), se utiliza el recurso retórico de la memoria para trasladarse a los mejores tiempos del tren en Turrialba, cuando se movían sin saber hacia dónde iban, despreocupados; contrario al ser humano, quien llega a la vida para enterarse, con el paso de los años, de que su destino será la muerte. En el caso de Marco Aguilar, este pesimismo trata de emularlo al plantear la idea de retorno al mar, como un espacio sagrado. Muy recomendable es su poema “Escombros de la noche” (pp. 131-134), así como también lo son “Sal”: “Un día volveremos a los mares” (p. 45) y “Trenes”: “Mi tren es un viajero encarcelado / por su destino y por su nacimiento. / Viene del mar como venimos todos / y va hacia el mar cumpliendo su sentencia” (p. 78). |
Consciente o inconscientemente, Marco, por medio de la voz lírica y al estilo de The Wast Land de T. S. Eliot (1922), en tanto referencia a la tierra estéril y seca y a la persecución de lo femenino, en el poema “Viajando para atrás” descarga los deseos de reencontrarse con su madre, la imagina durante un viaje, quizás cuando el tren venga por él, se lleve su cuerpo y deje su alma al lado de esa mujer, su posible madre: “Algo de mí se queda junto a ella / respondiéndole todas las preguntas / mientras el tren se hunde en un túnel de polvo (p. 80). |
Debido a la constante preocupación con el tema del olvido, la voz lírica, en el poema “Petroglifo”, construye un espacio temporal ficticio, para prometerle al hermano (haciendo eco en Debravo), al hermano suyo (quizás a sus seres queridos en general), la posible llegada de un día en que “vendremos centenares de nosotros / y entre todos tal vez te entenderemos, pregonero desnudo, / profeta de la piedra, / compañero en las sílabas sagradas / y nunca volveremos a olvidarte (p. 69). |
A manera de síntesis, en este libro, Marco Aguilar utiliza la poesía, para él, fuente sagrada y a la vez de dolor, como conducto para transmitir lo que ya aparentaban ser, según el análisis de sus textos, sus últimos días de vida, esto explica su fuerte interés en construir imaginarios alrededor de la muerte. La voz lírica se acerca a ella sin miedo, la acepta con los brazos abiertos, espera su llegada en un tren cuya alegoría, por lo menos en este libro, es la de la vida, pues su estancia en Turrialba fue temporal y se llevó consigo un pasado que nunca regresó y solo regresará a través de fotos o poemas como los de Marco,[29] entre ellos el que lleva el mismo título del libro, “Profecía de los trenes y los almendros muertos” (pp. 138-139), relevante por su fuerte compromiso ecológico, así como Aguilar, en vida, buscó transmitir el amor, la humanidad, la solidaridad y la esperanza a través de sus palabras.[30]
REFERENCIAS
Aguilar, M. (2020). Profecía de los trenes y los almendros muertos. Nueva York Poetry Press.
Aristóteles. (1987). Acerca de la Generación y al Corrupción. Tratados Breves de Historia Natural. [E. La Croce., A. Bernabé, trads.]. Gredos.
Borges, J. L. (1960 / 1975). El Hacedor. Alianza.
Calvo González, M. (2015). La poesía de Marco Aguilar. Revista Intersedes, 16 (33), 171-174. https://www.redalyc.org/pdf/666/66638602011.pdf
Camacho Alfaro, M. (Ed.). (2012). Obra poética. [C. F. Monge, pról.]. Editorial Costa Rica.
Gil Salas, Erick e Hilje, L. (entrevistadores). (2007). Jorge Debravo a través de la retina de Marco Aguilar. Revista comunicación, 16 (28), 39-51. https://doi.org/10.18845/rc.v16i0.1024
Gil salas, E. (Ed.). (2009). Obra reunida de Marco Aguilar. EUNED.
[1] Destaca, principalmente, por la calidad de sus sonetos, era considerado el mejor sonetista vivo del país. No obstante, en Profecía de los trenes y los almendros muertos (2020), se desatiende, totalmente, de esa tradicional forma, para enfocarse en otros aspectos que aquí analizamos.
[2] En el poemario Tránsito del sol (1996) de Marco Aguilar se pueden establecer relaciones intertextuales con la obra cumbre de Eunice Odio, El tránsito de fuego (1957), analogía que ya suena desde el mismo título.
[3] En la entrevista realizada por Erick Gil Salas y Luko Hilje en 2007, Aguilar expresa su incomodidad cuando vivió, aproximadamente durante dos años en San José, capital costarricense, donde se movía y sigue moviendo la élite del sector cultural y literario del país. Sin embargo, a él poco le importaba eso, nunca estuvo en sus ideales, contrario a los intereses ególatras y obsesivos por obtener fama, según se comenta en esta entrevista, de Laureano Albán. Aguilar nunca escribió con el deseo y la pretensión de convertirse en un poeta laureado ni imponer moldes y modelos cerrados de escritura, por eso, sin pensarlo mucho, decidió regresar a Turrialba para no volver a salir nunca más de allí, de su tierra querida y sagrada, sin importar que esto representara más invisibilidad para él. Justamente, este sentido de fraternidad hacia su lugar de origen se observa en muchos de los poemas de Profecía de los trenes y los almendros muertos (2020).
[4] Él no quería, así se lo manifestó a Jorge Debravo en vida, pero ya no había vuelta atrás. Era el único que tenía un libro preparado para publicarse en ese mismo instante.
[5] Actualmente, el poeta, por la calidad de sus libros, más importante de este sector y de los más destacados en la reciente poesía centro y latinoamericana.
[6] Criterio otorgado a partir del país donde nació (Buenos Aires, Argentina), donde vivió durante mucho tiempo (Turrialba, Costa Rica) y donde reside actualmente (Nueva York, Estados Unidos). Se hace la aclaración para que no se confunda ello con los planos literarios.
[7] De los tres, es el autor más joven (n. 1999). Destaca por construir mundos mitológicos propios, apuesta por el cosmopolitismo, espacios oscuros, imágenes potentes, simbólicas y dolorosas y por escribir poemas extensos sin perder fluidez, tal es el caso de “Catorce días bajo la nieve” (en Catorce días bajo la nieve, 2021). La publicación de su nuevo libro se encuentra en proceso.
[8] Destaca por su madurez, sencillez, ironía, síntesis (en la mayoría de casos) y uso adecuado de intertextos para reconstruir imágenes, versos e imaginarios, al mejor estilo de un poeta posmoderno. Aunque su ópera prima Alter mundus (2021), ganadora del VIII Premio Paralelo Cero se publicó en El Ángel Editor en Ecuador, su primer libro escrito fue Ciudad Gótica, publicado en Nueva York Poetry Press en 2022. Ambas obras, por su calidad, son de las más importantes publicadas en poesía, en los últimos dos años, por un autor costarricense. En este caso, la edad del autor no importa. Muchas veces se cae en el error de encasillar a todos los jóvenes en un mismo molde (publicaciones prematuras) sin tener criterios profesionales y objetivos.
[9] Según criterio propio, su poema “Desamparados” (en Adamar, 2022) es uno de los más significativos para la poesía costarricense. Publicó su ópera prima Entropías (2018), merecedora, anteriormente, aunque en ese mismo año, 2018, del primer lugar en el Certamen Nacional Brunca organizado por la Universidad Nacional Autónoma de Costa Rica (UNA), bajo el título Principio de Incertidumbre. Este mismo premio también fue ganado, recientemente, en 2021, por Ignacio Aru.
[10] Cuando llueve sobre el hormiguero (2021).
[11] Reposo entre agujas (2019).
[12] Helechos en los poros (2021).
[13] Aspecto más que claro en el poema “Viaje a la obscenidad de los espejos”: “Aquí están las raíces de los salmos, / los papiros más sabios, / la espada del Arcángel. / ¡Aquí estamos a salvo!” (p. 77).
[14] En el poema “Café desvelado” el sujeto de enunciación da a conocer su felicidad cuando no siente dolores de espalda en la noche: “me levanto a buscar una taza de café desvelado / al ser las doce en punto, /
feliz porque la espalda, a mitad de la noche, / no me ha dolido nada” (p. 83). Cabe agregar que el café tiene un valor muy importante en muchos de los poemas de este libro. Punto contrario en “Perdón, me siento amargo” en donde la voz lírica confiesa que hay momentos de amargura en donde únicamente desea pedir su funeral “con toda el alma” (p. 81).
[15] De gran calidad es su poema largo y amatorio “El amor es un sol de utilería” (pp. 119-122), en donde la voz lírica le jura amor, no eterno, pero al menos sí hasta que “venga la amnesia de los siglos” (p. 122) en “el día final (p. 122)”, verso cuyo eco remite a la llegada del Apocalipsis.
[16] Asunto que se asocia a la dedicatoria del libro, la memoria de sus padres. El sentido de ausencia y nostalgia intenta cubrirse por medio del juego de luces y sombras. Esta tradición, fuertemente asentada en la poesía costarricense y con un fuerte eco en poetas trascendentalista como Laureano Albán, cuyos últimos años de poesía ya demostraban un muy fuerte desgaste, es constante en el libro de Aguilar.
[17] Ya lo decía Aristóteles: “[…] la memoria integra la sección del alma denominada imaginación” (De memoria et reminiscentia, 450a, trad. propia).
[18] Quizás directamente de la Biblia, de Eunice Odio o simultáneamente, de la poesía cristiana y espiritual de Jorge Debravo. Aunque, es bastante probable que este autor haya conocido la poesía de San Juan de la Cruz y poetas de la mística española. Las ideas religiosas que se reproducen o camuflan en sus textos abren esta posibilidad de estudio.
[19] Muy al estilo de la poesía social de Jorge Debravo. Incluso, posee un intertexto claro de “Nocturno sin patria”, en donde la voz lírica dice: “Yo no quiero un cuchillo en manos de la patria. / Ni un cuchillo ni un rifle para nadie” (en “Nosotros los hombres” [Obra poética de Jorge Debravo, 2012, p. 220], el subrayado es propio). En el poema “Canción de cuna para que no disparen”, de Marco Aguilar, la voz lírica expresa: “y no quiero que nadie, pero nadie / dispare una pistola en este pueblo” (p. 58).
[20] De interés es su poema “Soy Marco Aguilar” (p. 12). Esta introspección autobiográfica, cada uno con su estilo, es constante en Laureano Albán y visible en el poema “Biografía” de Jorge Debravo (en “Vórtices” [Obra poética de Jorge Debravo, 2012, pp. 388-389]), cuyo final concuerda con el de Aguilar; ambos se preocupan por los recuerdos y el olvido.
[21] Esto se reafirma en el poema “Omega (Memoria de cucarachas, p. 56)”, en donde la voz lírica, a modo de fábula, juega con las cucarachas, en medio de discursos cristianos, para transmitir la idea de que una sociedad analfabeta, sin poetas ni escritores, está condenada a vivir en el olvido, como las cucarachas de su texto.
[22] La idea de llenar se encuentra en analogía con un plato. Las páginas en blanco se llenan de palabras fingidas, reconstruidas, falsificadas; los platos con comidas, unas mejores que otras.
[23] A quien le dedica el poema “Lo último que nos faltaba” (p. 29), el cual, según nuestros intereses de lectura, resulta ser muy poco agradable, si se quiere ridículo, desde el título mismo. Es el más flojo del libro, principalmente por su empalagoso final: “Sólo eso nos faltaba / y de repente / nos encontramos todos levitando”. Bien pudo haberse eliminado, aunque responde a la idea de vuelo y de trascendencia que aparece en varias secciones del libro y se asocia a los gustos de Laureano Albán.
[24] Intertexto bíblico referente a la profesión de José, el padre de Jesús.
[25] Con clara intertextualidad del poema “Nosotros los hombres”, propiamente en el primer verso: “Vengo a buscarte, hermano, porque traigo el poema” (en “Nosotros los hombres” [Obra poética de Jorge Debravo, 2012, p. 220]).
[26] En el poema “Las peores noticias”, la voz lírica dice: “todos los recuerdos / proceden del olvido” (p. 91). Tal cual inmanencia semántica en el verbo latino ignoscere.
[27] Intertexto del poema “Ajedrez” de Jorge Luis Borges: “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza” (en El Hacedor, 1960 / 1975, p. 81).
[28] El texto presentaba un error ortográfico, se hace la corrección.
[29] Aunque se aprecie un mayor sentido de nostalgia, de búsqueda de la identidad, la trascendencia el refugio en las luces, amaneceres o sombras, Aguilar no se olvida de incluir su humor, aspecto característico en su obra (quizás asociado a la cercanía que tuvo con Francisco Zúñiga Díaz, uno de los mejores sonetistas de la poesía costarricense), tal es el caso del poema “Los malos comen paloma” (p. 20), cuyo humor es cristiano, pero no en el sentido estético de protesta, el cual prevalece muchísimo en la poesía costarricense, sino en el acto cómico en sí mismo, como acto de habla sin intenciones retóricas de rebeldía. Esto mismo sucede en el poema “Después de la función todos murieron” (p. 23), pero no en una sintonía cristiana, sino cotidiana y en diálogo con el arte de la imaginación.
[30] La voz lírica se preocupa por aquellos pájaros que volverán a Turrialba y no encontrarán sus almendros para descansar. Esta preocupación por los pájaros se puede asimilar a la importancia que tiene, para la voz lírica, la poesía, cuya alegoría arquetípica se representa por medio de las aves y sus cantos.