09 Dic 2024

51. POESÍA ESPAÑOLA. JAIME SILES

-01 Ene 2024
Poesía

 

FLOR DE INVIERNO

 

Nada altera la dulce compañía

ni quiebra la deseada soledad.

Todo es un punto

que- como el yo- se borra.

Las horas del pasado

son las del porvenir.

La música que oigo tiene un único tono

y todo cuanto veo es de un solo color.

La muerte y la vida se confunden

y el verano hace ya muchos años que pasó.

Empiezo a mirar las cosas con ternura

y disfruto su breve resplandor.

¿Cuánto tiempo me queda?

Como la clivia soy una flor de invierno.

Sólo conservo un sentimiento puro:

la piedad.

                 Que ella me sirva

para cruzar la ruta que me aguarda

y llegar hasta el fin.

                                ¿Qué vegetación

habrá en la ceniza? ¿Será la misma

que estoy viendo o será la que vi?

¿Habrá verano o será siempre invierno?

¿Por qué no primavera o un otoño pomífero

y repleto de frutos dorados como espejos

demorando su luz?

                                ¿Y por qué no su luz

diluyendo su oro en múltiples reflejos?

 ¿Y por qué no esos mismos reflejos

sonando entre las cuerdas de la luz?

 

Hacia ninguna parte me encamino.

No me escribo: me borro

en la penumbra de la nocturnidad

que con su tinta sin color me envuelve

mientras veo el pezón rojizo de la clivia

al fondo del jardín donde no hay noche

iluminar como si fuera un faro

y arrojar a la niebla

el racimo de rayos que la atravesarán.

Y allí, en el perfil del pino,

su oleaje de estatua

dibujar la teatralidad del espectáculo

en que ninguna metáfora vegetal morirá.

Lo que muere

es la clivia real, no la que nombro.

Lo que muere

es esta flor de invierno

que soy yo.

 

 

UNA CITA CON REMBRANDT

 

Comienzo la penumbra, pero ya me la sé.

Todo inicio en el fondo está hecho de pausas-

también ésta que ahora soy aquí

mientras el árbol mira cómo le caen las hojas

y el agua de la orilla no es la orilla ni el mar

sino otra agua que no está en esta orilla

y que no estuvo nunca tampoco en este mar

que acaso es otro tiempo que yo tampoco he visto

y que reaparece ahora en esta pausa,

en la que todo acaba por transparentarse

o interrumpirse, reiniciarse o desaparecer

como yo mismo aquí siendo a la vez

la pausa, el mar, el agua, la penumbra,

siendo y no siendo todo eso a la vez,

siendo mi propia sensación de nada

y viéndome en sus luces hundirme como un bulto

en un lienzo de sombras,

en el que una figura inicia su morir y en su fondo se salva

en un tiempo sin tiempo que ocurre más allá:

que le sucede a otro que cree que es ahora yo

como yo mismo creo que soy él

y que él, y no yo, es quien comienza

esta ficción del yo, esta pausa, este mar, esta penumbra.

 

 

EN OTRA SALAMANCA

 

A Juan Luis Fuentes Labrador

 

Como la página de un libro

movida por el viento ante los ojos

pasó el fantasma de nuestra juventud

y su realidad, que es lo que evoco

y que me lleva a un tiempo que soy yo,

que era yo, que he sido yo

en la perfecta agilidad del aire,

cuando todas las cosas tenían su interior

y se oía un movimiento oscuro

sonar en lo profundo de las hojas

y era sabia la luz y sabio el ser,

y el tiempo, un claroscuro

sin antiguos espejos reflejando su fondo.

Cuando todo tenía presencia y gracia,

misterio y solidez. Cuando

no se había instalado aún el mecanismo,

tan torpe como fiel, de la costumbre

y se veía el mundo como un todo sin nombre

y las cosas, como

la inexpresada música de agua

que era el exacto idioma

de aquella íntima y compacta relación

que ahora echo de menos y que busco,

porque el hombre sólo conoce lo imperfecto

y nunca sabe en qué momento de su vida

recibe la visita de su demonio o de su dios.

Nunca lo sabe. Tampoco yo lo supe,

porque la juventud ignora lo perfecto.

Por eso ahora recorro este camino

de imágenes lejanas que me llevan

al que estoy siendo

en esta tarde también de Salamanca

en que el sol y la piedra

me conceden su brillo

y yo vuelvo a sus torres

envuelto en la caricia de aquel único oro

que el tiempo ha ido puliendo en mí como un cristal.

Mendigo de su espacio, limosna de su luz es lo que siento.

En otra Salamanca pasó mi juventud.

 

 

ANOTACIÓN A SÉNECA

  

Estoy delante

del último horizonte

de la tarde.

 

Estoy a punto

de que el sol y el yo

se me desangren.

 

Delante de los ojos

sólo tengo

un paisaje de luz

agonizante.

 

Delante de los ojos

aún reflejos

de la espuma o la ceniza

de la carne.

 

Delante de los ojos

aún espejos

de la nada difusa

del instante.

 

Recuerdos

de recuerdos del recuerdo

de una identidad

siempre cambiante.

 

Derrumbe de palomas

en el aire.

Azogue o gas

entre las hojas de los árboles.

 

Perfecta la mecánica

que rige la marcha

de los astros en el cielo

y en la tierra

las olas de los mares.

 

 

MARINA

 

Una antorcha es el mar y, derramada

por tu boca, una voz de sustantivos,

de finales, fugaces, fugitivos

fuegos fundidos en tu piel fundada.

 

Una nieve navega resbalada

en resplandor de rojos reflexivos,

de sonoros silencios sucesivos

y de sol en la sal por ti mojada.

 

La turbamulta del color procura

dejar sobre tu tez la tatuada

totalidad miniada de la espuma.

 

Tu cuerpo suena a mar. Y tu figura,

en la arena del aire reflejada,

a sol, a sal, a ser, a son, a suma.

 

 

ASHRAF FAYAD ESCRIBE DESDE LA CÁRCEL

 

El paisaje que desde mi celda se divisa no es muy amplio,

pero por él mi imaginación nunca deja de discurrir:

veo ríos, oasis, montañas, ciudades, estuarios.

Adivino lo que en otros lugares se llama libertad.

Por ella vivo, y no me importan los ochocientos latigazos

en dieciséis entregas escritos sobre la superficie de mi piel.

No: no me importan, como tampoco me importa estar aquí,

pues incluso en esta prisión me siento libre

porque eso es lo único que soy: un ser humano libre

condenado por ejercer mi propia libertad.

Los que no lo comprenden ignoran que los esclavos

de la libertad somos –son- los únicos seres libres.

Sí: desde mi celda veo todo cuanto imagino.

Desde mi celda afirmo mi propia libertad.

 

 

EN TREN A ST. GALLEN

(28, III, 2012)

 

Atravieso montañas donde el verde

combate con el gris, el hielo con el agua;

la nieve, con el rojo de una luz escarlata.

Un ya borroso sol exprime sobre mí

su borrosa naranja.

Aprender a morir

de rayo en rayo y de rama en rama:

aprender a morir como la tarde

en los colores de su acuarela malva

sobre la que las horas declinantes dejan

un diminuto resplandor de escarcha.

Aprender a morir como las cosas

en ellas mismas siempre transformadas.

Aprender a morir como las gotas

de una lluvia de níquel que no acaba.

¿Aprender a morir? No: aprender a vivir

en la noche y el alba ahora que un día

es lo mismo que toda una semana.

Ahora que las horas asesinas

resbalan por las cúpulas mojadas,

empujan los columpios ya vacíos

e inician el derrumbe de las casas.

Ahora que todo está cayéndose

y un viento frío recorre nuestra espalda

y hay un olor a pólvora en el cielo

y dinamita Dios nuestras entrañas.

Ahora que el tiempo sucesivo muere

y es el tiempo puntual quien mata.

Ahora que ya nada es de oro

y que la muerte brilla como plata

de una vieja moneda sumergida

en un pozo que no contiene agua.

Ahora que atardece ya sobre la carne

y los sonidos de la noche manchan.

Ahora que todo es laberinto,

siluetas sin una sola llama

que ilumine, ¿en qué penumbra

habita la palabra?

¿Dónde el ser, y dónde

tiene el sentido su morada?

Nada sostiene al hombre

sobre el suelo. Nada, nada.

El hombre es un desierto

sin ninguna esperanza.

Todo está muerto, pero no lo sabe.

Todo está muerto y, sin embargo, canta.

Aprende a vivir en las orillas

como viven las algas,

debajo de la tierra como un topo

o en medio de las aguas estancadas.

Aprende del coral rosa, del fondo

de la arena y la nieve nacarada.

Aprende a vivir sintiendo el soplo

de la ceniza que serás mañana.

 

 

Jaime Siles (Valencia, 1951). Licenciado y Doctor en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca: Premio Extraordinario de licenciatura (1973) y Premio Extraordinario de doctorado (1976). Becado por la Fundación Juan March, amplió estudios en la Universidad de Tübingen bajo la dirección de Antonio Tovar. Posteriormente trabajó como investigador contratado en el Departamento de Lingüística de la Universidad de Colonia, donde colaboró con Jürgen Untermann en la redacción de los Monumenta Linguarum Hispanicarum. De 1976 a 1980 fue profesor de Filología Latina en la Universidad de Salamanca; de 1980 a 1982 en la de Alcalá de Henares. En 1983 obtuvo la cátedra de Filología Latina de la Universidad de La Laguna (Tenerife). Ese mismo año fue nombrado director del Instituto Español de Cultura en Viena y Agregado Cultural en la Embajada de España en Austria. Catedrático Honorario de la Universidad de Viena; profesor invitado de la Universidades de Graz, Salzburg, Madison-Wisconsin, Bérgamo, Berna, Turín, Ginebra, École Normale Supérieure de Lyon, Clermont-Ferrand. Orléans y Marne- La Vallée; Ordentlicher Professor de la Universidad de St. Gallen. Actualmente es Catedrático Emérito de Filología Latina de la Universidad de Valencia. Ha sido Asesor de Cultura en la Representación Permanente de España ante la Oficina de la Organización de las Naciones Unidas y presidente de la Sociedad Española de Estudios Clásicos. Hijo Predilecto de la Ciudad de Valencia y Doctor honoris causa por la Universidad de Clermont-Ferrand. Ha obtenido, entre otros, los Premios Ocnos, de la Crítica Nacional, Internacional Loewe de Poesía, Premio Internacional Generación del 27, Nacional de Poesía José Hierro, Internacional de Poesía Ciudad de Torrevieja, Tiflos e Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma, así como el Teresa de Ávila, el de las Letras Valencianas, el Andrés Bello y el UNESCO España, concedidos los cuatro al conjunto de su obra.

 



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