Cuerpos desaparecen, bombas caen y en el intermedio del telenoticiero se filtran incontables bandas de publicidad. Transiciones y cortinas de luz proyectan sus fogonazos a quemarropa sobre rostros embebidos por el sumo artificio del ahora. Parece asunto de fantasía, pero una íntima necesidad de vértigo devora sentido y razón, seduce nuestra naturaleza humana con su brutal inmediatez. Ante tanta perplejidad surge la poesía, con esa sabiduría que entraña, para masticar causa y efecto de nuestras oscuridades.
La poeta colombiana Carolina Bustos Beltrán nos canta al oído un arrullo casi apocalíptico, una mezcla de ironía y divinidad luminosas, que bien podría representar un acto de posesión. La polifonía de voces surge en los versos como palabras de proféticos arcanos y en el centro se alza una columna que nos hace repensar a Casandra, la sacerdotisa de Apolo. A partir de ese momento se enuncian los elementos, las imágenes y la pirotecnia que iluminan a los rostros hipnotizados, acaso pantallas de proyección. Una letanía hilarante marca la procesión del poema como timbres entrecortados en el suceder de los relámpagos:
No baby, gracias,
no tengo piel de Instagram,
ni dientes con filtro,
me gusta la torpeza de mi esencia,
el sabor de mis piernas naranja,
mi cabello con canas,
el color de la sequía.
La poeta nos presenta a los fantasmas de la modernidad, su dimensión divina, en la revelación de un rito que hilvana el juicio de los sentidos. Entonces, su fibra simbólica, nos hunde en ella como en el corazón ardiente del volcán. Las fuerzas titánicas piden tributo, reclaman espíritu e intelecto porque su principal deseo es dar un cuerpo al caos. En esta emergencia que somos, en esta era del desencanto, el pensamiento y su contenido impreciso, cabalgan al derroche de las emociones con el poder que a lo real da lo metafórico.
La flor salvaje abre todos sus pétalos cuando la voz poética surea el destino y nos recuerda el exilio del cuerpo en el desgarro de los vocablos, porque eso somos una interminable violencia que pelea contra el lenguaje:
Sur absurdo, fractura de Norte.
Música, deleite con sílabas perfectas.
Suave sur; sur en minúsculas abstraído en tres letras.
Áurea espesa de niebla fría,
Sur de ‘r’ rasgada, roída, rústica.
La poesía nunca es inocente. Es un espacio que tiene que ver con la valentía en el pulso de quien la empuña y en el ojo de quien la absorbe. Tiene la asombrosa capacidad de darle cuerpo a la palabra para generar crisis desde una pulsión intuitiva y dramática. Por eso celebramos esta selección de poemas que Carolina Bustos Beltrán nos entrega como pistas de un discurso que es al mismo tiempo respiración entrecortada, controversia, apropiación del lenguaje, ruptura y territorio escritural que pone en entredicho hasta la última letra.
Amarú Vanegas
NO BABY, GRACIAS,
esto no es Disneylandia,
Toxy apesta a lacrimógenos y
las bombas caen,
las veo.
Hay cuerpos desaparecidos,
la TV es una lluvia de líneas verticales con un ruido intenso.
No baby, gracias,
mi útero está seco y triste,
no he ido a limpiarlo con antibiótico.
He llevado la ilusión adentro,
la penúltima se ahorcó y
la última fue un falso presentimiento con tu rostro.
No baby, gracias,
esta soy yo,
sin disfraz ni careta de carnaval.
Con este cuerpo recorrido por amantes hoscos y débiles;
por señoritos doctos y bien comportados;
por cobardes, egoístas,
bellos de cabellos rubios o negros, hombres sucios o perfumados.
Ninguno se quedó conmigo por ser yo.
No baby, gracias,
pero mi ser no es un Lego,
no vine con instrucciones
ni con pasos para armarme como un mueble de IKEA.
Llegué con el llanto de mi madre,
con el semen de mi padre,
y renací en tu bosque porque encontré oxígeno;
florecí en almendro en tu suelo, mi tronco vibró y de deseo se alimentó.
No baby, gracias,
no tengo piel de Instagram,
ni dientes con filtro,
me gusta la torpeza de mi esencia,
el sabor de mis piernas naranja,
mi cabello con canas,
el color de la sequía.
Me río del pasado,
de mis guerras y derrotas.
Envejezco y crezco.
Renazco y vivo.
No baby, gracias,
no beso y me voy.
Vengo y acaricio
al viento, a la vaga tibia
apaciguándose bajo un cielo puro.
Existí en tu marea,
creí ser de tu agrado en la tormenta.
¿Entonces? ¿Gracias, baby?
Por tu valentía de irte a andar por tu lado.
Detenidos, cada uno en su orilla,
el mar toca sin prisa las rocas;
yo respiro ese sol que soy,
un segundo que pasa lento
y observa la belleza de este instante lúcido,
de transcurrir firme entre el silencio
de la evocación de las olas.
AURELIO SURES
A Aurelio Arturo
Qué dicha ser Sur;
Sur de orilla que la ciudad no nombra.
Adonde se llega solo
y se escapa en colectivo.
Soy del Sur aureliano,
sensación y advertencia de montañas
que camuflan el verde de mis ojos exiliados.
Sur absurdo, fractura de Norte.
Música, deleite con sílabas perfectas.
Suave sur; sur en minúsculas abstraído en tres letras.
Áurea espesa de niebla fría,
Sur de ‘r’ rasgada, roída, rústica.
Villano sur de padre ausente,
de negro marino;
tizne de tierra y papas calientes.
Canto de silencio:
viento.
Sur sur surecito
surado surco sumado
sueño sumamente sútil
sutilidad sumisa suasoria
súbito suscito.
Voy al sur siempre, a veces, mañana
cuando sureo el destino
cuando me vuelvo sur
sur de tango
verseo sures
aurelio sures
artureo sures
espío sures
en mi sur no hay bosques salvajes,
solo viento y silencio:
esencia.
De Estación tropical y otros poemas sinuosos, 2020.
LA VUELTA AL MUNDO EN EL BUS VERNE
1
Partimos, tomamos el último bus,
un bus rojo, alado, celestial.
Era el bus Verne,
ese que daba la vuelta a mi mundo y a tu mundo en 15 días,
y su ruta se detenía en la Avenida La Esperanza.
2
En el bus Verne había tres sillas: la tuya,
la del presente
y la mía.
Siempre esperamos que la realidad
se sentará cerca,
pues entre los dos había un espacio vacío.
En el bus Verne,
ese que daba la vuelta a mi mundo y tu mundo en quince días,
mirábamos por la ventana.
De tu lado hacía frío; del mío también,
de tu lado entraba el sol
y del mío caían copos de nieve.
Pero los rayos del sol también se desvanecen
y solo dejan trazas de tedio,
segundos detenidos en la nada.
3
Se anuncia la parada.
Te detienes y observas cual te conviene.
Entre la Avenida Vida, Avenida Pasado y la Avenida Hoy
hay un estado de paranoia que te grita:
¡Bájate cuánto antes!
El bus se detiene.
Me bajo sin despedirme esquivando carros y gente.
Tú persistes en acabar la ruta.
4
Sigues en el bus,
observas el trayecto.
El paisaje se dibuja sordo y pasa fracturado.
¿Acaso somos aquellos sentados de frente?
Tecleando palabras que se sienten cada medio día
o cada media noche o cada momento en un huso de horario sin sentido.
5
En la silla del medio
estamos juntos, quizás,
imaginando el afecto.
Nos acompañamos,
vemos los árboles,
le damos nombre a la forma de las nubes.
Espiamos nuestro futuro,
ese tramposo que se busca y que se pierde por azares.
En el bus Verne, ese que daba vuelta a mi mundo y tu mundo en quince días,
el vértigo era normal por los precipicios de la Avenida de La Esperanza.
Hoy cambias de ruta, das media vuelta y continúas por la Calle Realidad.
CHÂTEAU ROUGE
Lento y silencioso
al invierno lo llama «veneno».
El viento gélido se cuela en las sombras.
Agujerea su rostro curtido.
El viejo emigrante,
agrietado va a su paso, está hecho polvo.
Con su espalda rota se tiende en el suelo
y se embriaga solo en la sordidez de la esquina.
El frío llega y deja muertos.
El rastro de las hojas secas de otoño desaparece.
El árbol arquea su tronco como el lomo del perro sediento.
La gente entra y sale de Château Rouge,
es otro lunes agitado.
La nostalgia lacera la piel,
la tácita luna inclemente aspira el aliento oxidado de sus huesos.
El hombre perdido se adhiere a una banca de la rue de Custine.
Permanece sentado por horas eternas,
esperando que cada grado que desciende
lo envenene con más prisa.
El viejo emigrante invoca al desierto
en una lengua vernácula que el frío no conoce.
Invoca a algún dios que lo ha olvidado.
Ora al medio día y llora invocando
que de una vez por todas la muerte se lo lleve a él también.
De Lecciones de urbEnidad, Tabogo y otras ciudades recorridas, 2022
A LES CINC DE LA TARDA
La memoria escarba en el vertedero del olvido;
saca pedazos de huesos viejos de días de tortura,
los exhiben a la luz y los pone a la venta.
¡Mira! Ese es de tu abuelo;
el otro es de tu tía;
uno es de S y el otro de M.
Cerrados y embalados con banderas y alambres
los pasean por las calles,
los pintan de plaquetas coaguladas,
los cráneos no se venden a buen precio y se arrojan al río,
restos de sesos parten al precipicio.
Dicen que había poetas entre ellos, republicanos perseguidos,
que hablaban como perros y de las rocas hacían harina
que atravesaron montañas
y en medio de la fuga perdieron sus alpargatas;
y así descalzos y roídos por la espesura del bosque
vieron su aliento cercenarse en la frontera.
Nunca libres, prometieron que un día volverían en otros cuerpos,
en cualquier época de cualquier siglo
repartirían grava y alabastro
y darían palas para desvanecer el fango.
Sus campos serían propios y sus mares castos.
Sumergidos en corales celestes volverían a las islas
y allí cambiando la historia se fundirían
en un sol eterno de otoño
a las cinc de la tarda.
Del poemario inédito Versos Espías Versos Infames
Carolina Bustos Beltrán (Colombia) Poeta, narradora, traductora y docente. Reside en Francia. Es autora en relato de Sueño Stereo (2014) y Altazor (2017) y en poesía de Polifonías Dispersas (2018), Estación tropical y otros poemas sinuosos (2020) y Lecciones de UrbEnidad, TaBogo y otras ciudades recorridas (2022). Sus poemas, relatos y ensayos han sido publicados en antologías, revistas y blogs. Parte de su obra poética ha sido traducida al francés, al portugués, al alemán, al inglés, al italiano y al chino. Ha sido galardona en diversas ocasiones en relato breve, cuento y poesía en Colombia y España. Es cofundadora del colectivo artístico Crue Poétique.