Sabemos por Roland Barthes que la palabra ’texto’ significa trama, sugiere además que: «a través de un entrelazado perpetuo; perdido en ese tejido —esa textura—, el sujeto se deshace en él como una araña que se disuelve en las segregaciones constructivas de su tela». Podemos pensar entonces en el argumento que hila la palabra y sus imaginarios. Allí ocurren grandes momentos de transformación, una suerte de milagro, que hilvana nuestra psique.
El texto se hace y nos hace a su semejanza, pero también es el huso de palabras, o de hilos de seda, que nos desconfigura porque en el proceso de simbolización somos parte de un gran cuerpo texturizado que perfectamente puede descoser sus propias puntadas. Así, en la belleza y la crueldad de los vocablos, vamos sintiendo también la orfandad de una realidad demasiado asombrosa para abarcarla en una lectura reduccionista.
A la realidad no podemos verla desnuda. Lo lógico y lo irracional nos ciegan como cuando vemos al sol, o a los dioses, de frente sin pestañear. En la poesía de Carolina Sánchez Pinzón, insumisa poeta colombiana residenciada en Madrid; caminamos por versos agudos, tallados con minuciosa orfebrería. Hay que andarse con cuidado por estos anillos de arena que van y regresan en varios sentidos. Nos seduce y encandila el pulso vital que funda la fiebre y desgarra el alma en la cruda verdad del poema:
Mi cabeza flotando
entre luciérnagas
entre jeringas
con más de una gota de sangre
entre
carnicerías de moscas
entre
silencio.
Nos subordina el lenguaje porque es lo que nos representa y al mismo tiempo disloca la figuración que de nosotros mismos hemos imaginado. Así el sujeto poético en “Metamorfosis”, segundo apartado de "Escenas del duelo", se abre como una flor carnívora. Este poema cifrado en clave kafkiana, nos revela el ingenio de la poeta al insinuar el grado de violencia y de transgresión que traversaliza a la comunicación —ruptura elemental, en tanto herida, de una sociedad en decadencia—. La poesía se convierte en síntoma de la más profunda enfermedad: la cabeza flota intervenida por imágenes, fogonazos de carnes abiertas en el paroxismo de tantos estímulos visuales, auditivos y quinestésicos que se convierten en alucinógenos.
Somos barcos sin puerto, la mente va a la deriva en el giro perpetuo de todas las voces ininteligibles que sostienen la lengua. Esa imposibilidad de discernir entre un adentro y un afuera, nos hace parte del horror que es capaz de sobrepasar los vocablos comunes. Sucumbimos al ritmo de una época cuyo eco estalla como una granada dejando nuestros sentidos desamparados en el más absoluto y ensordecedor silencio. Ahí es donde Carolina Sánchez Pinzón mete el dedo en la llaga para recordar nuestra infinita fragilidad. Estamos desamparados en el intermedio de esa sombra propia que no nos atrevemos siquiera a nombrar, por eso, la poeta sentencia el festín de la desgracia que nos corresponde en este espectáculo que venimos siendo. Queda en nosotros aguzar los sentidos ante la iluminación de su advertencia.
Amarú Vanegas
ESCENAS DEL DUELO
II. METAMORFOSIS
Mi cabeza flotando
entre luciérnagas
entre jeringas
con más de una gota de sangre
entre
carnicerías de moscas
entre
silencio.
Mi cabeza perdida
como vagina de muñeca de plástico,
en cualquier basurero.
Contempla
el paso de larva a mariposa
de bala a cadáver.
Mi cabeza flotando entre manos y pies de
otros.
Entre los sonidos del aullido del animal
que llega sin invitación a la
ciudad.
Entre cráneos de cabras.
Entre los eclipses
que siempre aparecen en los destierros.
Mi cabeza flotando
entre los ojos de Dios,
el cirujano.
Entre pesadillas,
que como pan sostienen a los hombres.
Entre este país de injertos.
Mi cabeza puede
contar hasta tres
para desaparecer.
Mi cuerpo no.
La guerra tampoco.
De Cae sobre mí una sombra. Antología, 2018.
VERANO
Cada año más pasajeros
del sol,
más labios incautos entre las piernas,
más pasión por las mentiras
y sus perforaciones.
El toro lleva a cuestas el cadáver de la arena.
De la antología Ahora que calienta el corazón. Poemas a las estaciones del año, 2017.
NADIE IMAGINA EL ESQUELETO DE LOS PÁJAROS.
Sin embargo,
bendicen su canto
y a la vez lamen sus corazones sangrantes.
La sangre del pájaro
suena en nuestros oídos.
MIS HIJOS NO SABEN QUE LO SON.
Ahora respiran inconformes.
Sus rostros envejecen con mi saliva.
Sus pies han cambiado de
forma de vestir.
Se besan en medio
del mercado de la caridad.
Sonríen cuando piensan
que yo no existo.
Aprietan los dientes,
ante la claridad que es mi vida ahora.
Ya no juego en su jardín.
Mis padres se calman cuando
piensan en mi útero.
Traigo hijos al mundo,
para luego verlos
engullirme.
ACTAS DE INCINERACIÓN
IX
Cada día
encierro más palabras en una caja.
Dejo un pequeño orificio
para que respiren por turnos,
para que vean el mundo con un solo ojo.
Nadie detendrá mi ambición
de arrastrarlas a un río
con el sonido de mi flauta.
Hamelín es una tierra,
sin risas bajas.
SILENCIO ENTRE LAS UÑAS.
Nuevas sombras manipulan la bondad.
Me sumerjo otra vez entre
huevos de serpiente.
Empiezo otra metamorfosis.
Las alas caen.
Nadie siente piedad de nadie.
No siento piedad de mí.
De Incineraciones, 2022
Carolina Sánchez Pinzón (Colombia). Licenciada en Administración Pública y Ciencias Políticas. Reside en Madrid. En el 2003, con el libro Versículos fue galardonada con el II Concurso Latinoamericano y XVI Universitario Nacional de Poesía Universidad Externado de Colombia. Ha publicado la antología Cae sobre mí una sombra (2018) y algunos de sus poemas han sido incluidos en varias antologías. En 2021, fue una de las poetas escogidas por convocatoria para participar en el 31º Festival Internacional de Poesía de Medellín. Incineraciones (2022) es su más reciente poemario.