CAÑON DE LOBOS
I
En lo sonoro, en movimiento
un poco más lo que se puede
ser contra la noche
austera, mi mano
sosteniendo rabia.
Los caballos a pleno campo enormes
bajo el gris espeso,
el hocico en el silencio uno
al otro
frente a lo inconmovible
solos,
mirando
en medio justo al centro el punto inmóvil,
rocas
el coro y las estrellas
en esa luz tan única de los únicos poemas,
líneas
al amparo de una idea, una invención
definitiva
en lo que es más, las voces
mascullando el infinito y su fijeza
lentamente en el dictado
de respirar profundos
en el páramo
lo que se puede en la verdad
lejos de Dios, cerca del polvo
pero la fe
pero el amor
acaso
los caballos en ese tiempo alzándose bajo las nubes
en un instante
uno
en que el futuro es
la simple danza, la coz
entre las líneas tal
y tal el mundo
en esa cima revelada en el azul siendo tan gris,
lo que persiste ahora
y es todo.
II
Todo el año esperábamos la llegada del verano
azul de las grosellas
con las bocas restregadas bajo el sol
dos veces celebrado por las garzas en sosiego.
Había un sonido de capilla entre la hierba
como si un pez murmurara
nuestros nombres en el río
ese río de piedras abultadas,
una flota de ranas detenidas.
Era el tiempo de ahuyentar el miedo
como se ahuyenta a las libélulas con lámparas.
Yo siempre
al pie de aquellas zarzas
ojos cerrados
boca apretada
escuchando la oscuridad y su silbido.
A veces, una rana rápida en su sombra me asustaba
y era mi grito entonces
los ojos rotos en el borde
un presagio de la muerte que venía.
El corazón ceñido a los escombros
retumbando para espantar al pájaro en lo alto
pájaro que cincelaba el árbol amarillo
donde dormíamos como en un cuarto superior
hecho de plumas horadadas en el día.
Abajo, dócilmente la noche,
nos avisaba del apogeo de los mayores
entre risas al mar
abierto de las valvas
labios que restallaban siempre en las venas de ese río.
Y era el fétido olor de las grosellas
en esos tarros de fresca mermelada
donde la voz a punto
establecía los ritos
ajenos a este mundo, el dominio viscoso
de nuestras lenguas enlazadas.
Yo no tenía más que una palabra sola
abierta
para sortear el miedo
aquel camino oscuro de regreso
hasta llegar al día y del día a otras albas.
Era el verano entonces
donde un instante
como esas ranas detenidas
croaba un poco más y siempre
con el sólo eco de nuestros sueños solos
si es verdad,
si es verdad,
que en el abismo
se vive resurgidos.
III
Porque cruzamos levemente cantando
por Cañón de Lobos como si fuera la tierra de Canaán,
aquel lugar certero de los sueños
entre los sucios charcos y las piedras
para implorar ayuda bajo el sudor ajeno.
Porque nos fuimos lentos por donde vuelan
las hojas tocadas por raíces y la seca plegaria de los cerdos
zumbando con suaves movimientos de culebras
sin dar la cara a los hombres y a los niños,
a la súbita imaginación de quien asalta el cielo,
tumbados bajo nubes y largos ríos frescos
trazando un nuevo mapa quemándose en las manos
de los barrios
de los botes podridos de las calles
de húmedos billares donde los jóvenes
usan los trajes gastados de sus padres
y los padres empeñan el salario
mientras su sangre discurre entre los vasos.
Y porque íbamos cansados de estar solos
confiando en el ácido olor de nuestros cuerpos,
en el vaticinio de un sol sobre los potros
cruzando a golpe la frontera,
el silogismo de los sueños y del miedo
caímos
como cayó el césar de su roca
en el oído de la víbora
de lo visible a lo invisible
en un lugar tan fuera de la vida
contemplando el abismo
tan lejos de las aguas de un Jordán
resucitado en piedra, tan cerca
de la carne en los balnearios
donde germinan los mares mudos de la voz serena,
sin huerto de luz para nosotros,
sin campo abierto para esconder el eco
acaso una cruz de palo para los siglos sin futuro,
un temblor entre las bocas que repiten:
“Ya bájalo, ya bájalo”
vendrá otro Barrabás
como canto de gallo en el amparo de la aurora,
vendrá gastándose en el tiempo
jalando lámparas de parafina
una carreta de agua
una vaca
los guijarros de una época perdida en el idioma de los perros.
Aquí, por Cañón de Lobos, habrá una soga larga blanquísima
de un lado al otro del barranco
para colgar la suerte de la Historia
en claros gritos defendida. Y sin embargo,
viajeros solos tan dentro de nosotros,
caíamos precipitadamente al corazón abierto de la niebla
si corazón
es lo que tiene adentro nuestra lengua.
Y nos dijimos ciegos
indestructiblemente ciegos
ineludiblemente amigos
palpándonos a solas
buscando el hueco
la luz
el solo milagro de los hombres
que van como los vientos
buscando una palabra para anidar
su muerte
su mundo en la zozobra
y la pregunta siempre al aire:
¿Existe aquí el cielo?
Algo quedó entonces
en nuestros ojos y los ojos de los ojos
de los otros, algo
como un silencio adentro
que hizo más grande nuestro viaje
más frágil
nuestro aturdimiento,
algo como un dios
atado a nuestros labios
levemente cantando
su propia tierra seca
de un imposible mundo
consumido
en la mirada sola
en el sudor ajeno
en el aullido siempre
de los otros.
IV
Dicen que el árbol no tiene conciencia de ser. Ser él.
Quizá cada uno de los seres que lo habitan
sólo son lo que son, como yo que vivo frente a él.
Pero no soy él.
Él es él. Yo soy yo.
¿Pero acaso me sé ser? ¿Ser yo en mí la que soy?
¿Y él? ¿Se sabe saber quién es?
Vive frente a mí.
Y yo, delante de él.
Nos cuidamos si el viento pasa entre nosotros.
Lo miro atardecer.
Me ve sonreír.
A veces cae lluvia en él.
No en mí. Yo estoy
en el resguardo de la ventana
como si el aire
o el frío me fueran a doler. No a él.
Él está a la intemperie, siendo él.
Yo, soy yo adentro, protegida de ser como él.
¿Y si fuera tan solo un pensamiento suyo?
¿O seré en mí misma siendo él?
Lo miro fuera de mí.
Imperturbable, existe.
Es más él de él y en él
que yo de mí con todo mi saber.
Sé que mi cuerpo no es de él.
Él también. No espera ser yo.
Nunca ha pretendido entrar.
Sólo una vez una de sus ramas
tocó en el vidrio y lo miré.
Lo vi soportar una tormenta, doblarse
casi a la mitad. Pero quedó de pie
siendo él. Más que nunca, él.
Yo, temerosa, detrás de la ventana
escuché el aullido del viento y temblé.
En cambio él
sólo estuvo ahí, de pie,
intacto
en la paz de su ser.
Siendo él.
Yo, aún me pregunto
quién soy
delante de él.
De Cañón de Lobos (2021).
María Baranda nació en la Ciudad de México. Ha recibido varios premios como el Nacional de Poesía Aguascalientes en 2003, el Sabines-Gatien Lapointe en Canadá en 2015 y el Internacional de Poesía Ramón López Velarde en 2018. Recientemente la Universidad de Yale publicó The New World Written: Selected Poems y Edizioni Fili dÁquilone su libro Teoria delle Bambine en italiano. Su poesía ha sido traducida a diversos idiomas como chino, francés, inglés, lituano, alemán e italiano. Como traductora acaba de publicar, junto con Paul Hoover, la Poesía Completa de San Juan de la Cruz al inglés en Milkweed Editions. Actualmente es la Tutora de Poesía en la Fundación para las Letras Mexicanas. Algunos de sus libros son: Narrar, Atlántica y El Rústico, Dylan y las ballenas, Ávido mundo, Arcadia, Ficticia y Teoría de las niñas.