Curaduría: Manuel Adrián López
ENOUGH
Vivir no es respirar, es tal vez un lugar.
Y, tarde o temprano, de cualquier lugar hay que irse.
Los que ya me abandonaron sin decir ni pío,
sin decir ni pío desde una nube observan.
Ángel, Rodrigo, Daniel, Daniel, Pablo,
Sigfredo, Chely. Todos hombres.
Como en las guerras
la vejez parece cosa de mujeres. Amor,
¿tenemos ese valor a prueba de bombas?
Una bomba, el valor,
también son un lugar.
El instante.
La noche.
Aquel parto.
Un árbol, una lombriz.
Mi fémur.
El tuyo.
Escribiste un fémur sobre pájaros.
Y los pájaros eran el lugar del cual partimos.
Amor,
yo no soy como esas mujeres que en las películas
asumen el rol de su hombre.
Yo no elegí a un hombre.
Pero los hombres que más quiero
se han ido a la guerra.
Y, tarde o temprano, se esfumarán del todo.
Reitero lo dicho:
Ya no puedo permitir que todo lo vivo
por el simple hecho de respirar,
termine postulándose a lugar
(cierta maldad, por ejemplo).
Amor,
hagamos las maletas.
De ahí también hay que irse.
CIERTA MELANCOLÍA
En cuanto lo liberé de los comunistas,
al domingo le fue permitido sentarse
a tomar sol.
Entonces los testigos de Jehová
salieron a la calle.
Fueron de puerta en puerta.
Habla que te habla los
Poderosos gracias a la fe.
En mi puerta escribí:
“Dios ha muerto”
Yo ya estaba cansada
de ser testigo.
El domingo, por su parte,
seguía encadenado.
Harto de los poderosos.
Ahora que somos uno,
si alguien tocara
a nuestra puerta
el domingo y yo
le ofreceríamos agua.
Hasta puede que pongamos
otro plato en la mesa
como si necesitáramos
algún tipo de evangelio
como
si mi padre estuviera
por sentarse
a comer.
QUE ENTRE EL FRÍO POR LA VENTANA
Niña Tormenta
Me quiero congelar.
Sentir nada.
Nada es nada.
Como un perro atado a un trineo
en Finlandia.
Yo vieja a la caza de mi sombra
en Groenlandia.
Iceberg tras iceberg,
como un oso y yo (rotos).
Pero eso sería transformar el frío
en ruidosos témpanos de hielo.
Yo solo me quiero congelar.
OCURRIÓ EN SAVANNAH
Los adoquines.
Todo gris.
River St
no parece real.
Me gustaría entrar
a caballo
como Tommy Shelby
en los Peaky
Blinders.
La televisión
tiene eso.
Soy ahora más
pandillero
que el más vil.
Saco la pistola.
Soy más pistola.
Subo la cuesta y
observo a toda
esa gente que
trabaja para mí.
Apago la televisión.
Con las ganas que tengo de matar.
Con las ganas que tengo de matar.
Elijo al azar.
Ella es algo grosera, una Betty Boo
cualquiera. Ningún gusano ensilla
su media, solo una hilacha de su pierna
cuelga.
Me tiro del caballo.
Primero voy a violarla.
Por la otra punta de River St
al rescate,
mi sombra viene sobre un azafrán.
Enciendo la televisión.
Con las ganas que tengo de matar.
Con las ganas que tengo de matar.
CUANDO SÁNDWICH ERA SOLO UN CONDE
Mientras los condes y los duques juegan a los naipes,
mis peones acorralan a los caballos.
La torre camina.
Un paso atrás, tres adelante.
Al costado.
Sonámbula la torre.
La pasión no para de comer.
Pone aderezos y se distrae.
Como al descuido, ¿qué hace
una lasca de queso entre dos tapas?
Los hambrientos del mundo levantan estatuas a Sándwich.
No saben del tiempo que ahorro, soy un duque.
Me inclino ante lo vertiginoso, lo simultáneo.
Mientras escribo,
pongo en jaque a mi reina.
Me cebo.
QUERIDA PANGEA, TE EXTRAÑO
Cuando en cincuenta millones años la tierra se detenga
y África haya llegado a Europa,
no sentiré nostalgia del Mar Mediterráneo.
Tampoco de Australia cuando choque con China.
No sentí nostalgia doscientos cincuenta millones de años atrás
cuando me tiré a dormir la siesta en una ladera del Everest.
India y Asia no existían.
La tierra era una, yo mutaba libre a raíz o insecto.
Quince años atrás cuando llegué por fin
a la cima del cerro La Ventana, en Argentina,
mientras me quedaba quieta para la foto,
sentí una súbita nostalgia por lo que se ocultaba
en Cape Fold Belt, Sudáfrica. Tanta agua no me dejaba
ver a mi abuela gritándome, desde el otro lado,
que me esperaba. A mis primos también
COLÓN
Cuando Cristóbal Colón descubrió América
ya existía América.
Cuarenta millones de personas,
en ciento veinte idiomas,
le dieron el primer sí.
Luego
en idioma ajeno
la palabra
exterminio
se coló por
los huesos
hasta horadar
los tuétanos.
Todavía la escribo
en el idioma ciento veintiuno.
Me la llevo y me instalo
dentro de mi clan.
//Que una isla resucite y la quemen,
resucite y la quemen,
¿es, también, culpa de Colón? /
a tirar la primera
piedra?//
En cuanto a las piedras,
contra el horizonte
ya no las tiro.
Si a lo lejos
aparece de pronto
una línea,
yo solo voy.
La cruzo.
María Elena Hernández Caballero (La Habana, Cuba, 1967) Poeta y narradora. Ha publicado los poemarios: El oscuro navegante (Ed Matanzas, Cuba), Donde se dice que el mundo es una esfera que dios hace bailar sobre un pingüino ebrio (Premio David de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, 1989), Elogio de la sal (Ed cuarto Propio, Chile, 1996), Electroshock-palabras (Ed La Bohemia, Argentina, 2001), La rama se parte (Ed Torremozas, Madrid, 2013), Yo iba tranquila dentro de una bala (Ed Verbum, Madrid, 2016), La noche del erizo (Editorial Casa Vacía, 2018); además de la novela Libro de la derrota (Azud Ediciones, Argentina, 2010; Hypermedia 2015) y el libro de cuentos Tres metros cuadrados de Purgatorio (Hypermedia 2019). Poemas suyos aparecen incluidos en antologías sobre poesía cubana actual, como son: Retrato de grupo (Letras Cubanas); Un grupo avanza silencioso (UNAM, México); Otra Cuba Secreta (Ed Verbum, Madrid), 80 años de poesía cubana (por Margaret Randall, Duke University Press 2017), 13 Poetas, entre otras. Además colabora con diarios y revistas literarias latinoamericanas, españolas y de Estados Unidos.