Nueva York Poetry Press & Review lamenta la muerte de Marco Aguilar (3 de enero de 1944 - 3 de enero de 2023), uno de los poetas costarricenses más representativos. Deseamos profundamente que su poesía perdure entre nosotros. Un abrazo sincero a sus familiares y amigos, desde Nueva York. Q. e. p. d.
Compartimos una selección del poemario Profecía de los trenes y los almendros muertos publicado por nuestra casa editorial en 2020, presentado en el I Festival Presagio de Fuego de Turrialba Literaria.
ENTRE OTRAS COSAS INVENTAMOS LA MUERTE
Entre otras ocurrencias
inventamos el tiempo
y demasiado tarde comprendimos
que el tiempo era la muerte.
Son cosas que nos pasan
por jugar de inventores.
El planeta
nos parece la bola de un péndulo
ciego
y toda la galaxia
palpita como un frío
cronómetro sin números.
Años, siglos
veranos de mentira,
lunas llenas, relojes en desuso
flotando en el espacio
sin pausa ni memoria.
Y el eclipse, puntual,
hermoso y anacrónico,
desvelador de astrónomos,
portador de siniestras profecías.
Terco reloj,
el sol que nunca falla,
un día se va a cerrar
igual que las mandíbulas de un tigre,
pero entre tanto nos entretenemos
inventando la muerte
y otras cosas horribles.
MI GUILLOTINA POR TU DECAPITADO
Te doy mi sed a cambio de tu agua,
te doy mi sueño por tu cama rota,
mi silencio por todas
las canciones amargas
y mi paraguas por las lluvias de mayo.
O tal vez mi guitarra por tus cuerdas,
todas las balas por el asesino,
mi guillotina por tu decapitado.
Te cambio dos suicidas
por un recién nacido,
y toda la gramática
por un solo poema.
GATO
Un gato está dormido
en el rincón más tibio y silencioso.
Hay luto en la familia y esperamos
más luto. Se conversa
de fútbol y suicidios.
Olvidamos
regar las plantas, conseguir la leche,
alimentar al gato.
Las muertes repetidas
nos han dejado así, desconcertados,
quién sigue, cuál entierro
fue más hermoso,
cuál fue más tierno;
de manera
que estamos casi, casi acostumbrados.
Se come poco
¡y hay tanto que callar!
Pero el gato
parece muerto en el rincón más tibio
de la casa.
Abre un ojo (uno solo)
y como nada, nada vale la pena,
lo cierra nuevamente y se acabó.
VENGO HUYENDO DEL SIGLO
Vengo un poco aturdido:
me golpeó la sombra de un arcángel
que patrullaba el cielo con una sola ala, un ojo solamente,
una única pierna; o sea, casi, casi
la mitad de un arcángel.
Yo soy de tiempos y climas diferentes
y no entiendo cómo puedo estar vivo todavía.
Vengo huyendo pero no de la muerte, como podría pensarse;
huyendo de la vida es lo que vengo
pues no deseo contaminarme ahora,
como el viento irreprensible del domingo
que al pasar por el pueblo se llena de hojas como cadáveres
y de papeles sucios.
No quiero ser
fruta podrida de los mariposarios,
bajar a los infiernos con el Señor Obispo.
Vengo enfermo del siglo, enojado del hambre,
tal vez un poco triste y furioso de guerras.
O sea que
vengo con mis esdrújulas muriendo.
AÑOS DE LA NEBLINA
Hubo una edad en que
los trenes caminaban para atrás
con maquinistas ciegos
y al borde del barranco.
Los pasajeros
mirábamos aburridísimos por la ventana
el paisaje vacío.
Los últimos vagones, que eran los primeros,
arrastraban la niebla por los pelos
en la cuenca del río.
Era la edad en que
los trenes caminaban,
aunque nunca supieron
para dónde.
Indiscutiblemente
fue el mejor tiempo de los ferrocarriles.
CANCIÓN DE CUNA PARA QUE NO DISPAREN
Se han dormido mis hijos
mientras crecen y crecen las raíces,
tercas y silenciosas,
extrayendo
de las oscuridades más profundas
los alimentos,
el tomate, el limón, la zanahoria.
Se han dormido mis hijos
mientras rondan afuera los ladrones
armados de puñales
y herramientas de muerte.
La noche igual a todas, clandestina;
maquillajes podridos,
borrachos que se caen y vociferan.
Mis hijos
acostumbran soñar con la maestra
y la maestra
se desvela a menudo por mis hijos.
Pero ellos
no carecen de nada cuando sueñan.
Toda la noche
brilla el sol para ellos solamente;
llevan plumas hermosas de quetzal
y vuelan como pájaros altísimos.
¡Se han dormido mis hijos
y no quiero que nadie
blasfeme,
nadie lance una piedra contra un vidrio;
y no quiero que nadie, pero nadie
dispare una pistola en este pueblo.
CONTRATANDO PAYASOS
El hombre triste piensa,
piensa t
o
r
c
i
d
o
y piensa demasiado;
pero pensar de esta manera duele.
El hombre triste
es igual que una piedra pensativa.
Así de duro es
el hombre triste.
No lo haremos feliz
contratando una tropa de payasos,
regalándole libros,
chocolates,
una copa de vino
griego
traído especialmente para él
en un barco de velas.
Lo que más necesita
es que nadie pretenda
curarle la tristeza:
él quiere que lo toquen,
que lo escuchen.
Y, si fuera posible,
él quiere que lo maten
y eso es todo.
RESURRECCIÓN PARA LA MUERTE
Expulsado del cielo,
damnificado,
ciego y sordo.
Desposeído incluso de su sombra,
acostado en el barro
que iba pacientemente poseyéndolo
en un coito sagrado,
el viejo, viejo tronco
aprendía la muerte
paso a paso,
verdadera
autopista de hormigas robotizadas
y lo atacaban hongos
espantosos.
Pero un día llegaron leñadores
picados de zancudos
fumando y maldiciendo.
Lo amarraron a un cable y lo arrastraron
entre la soledad y la hojarasca
hasta llegar al río.
Allí
se liberó del barro y los parásitos
y, por primera vez,
viajó;
fue un largo, largo viaje por el río de vidrio.
Se despeñó en antiguas cataratas,
se amedrentó entre piedras
enfurecidas,
flotó en la compañía de lagartos hambrientos
en remansos sin fondo.
Fue interminable el viaje
hasta el aserradero.
Cuando por fin lo pasaron por las sierras
resucitó en pared contra los vándalos,
en puertas contra el miedo,
en cajón para títeres,
cama para la cópula
de los recién casados.
Y los sobrantes
guisaron la comida de los menesterosos
que
por media hora fueron opulentos
entre el hambre y el humo.
El viejo tronco
acostumbrado al barro y las serpientes
en sueños, solo en sueños,
recupera sus ramas amputadas,
percibe el peso helado de la lluvia
y de las grandes aves de rapiña.
¡Resucitar, sentirse lleno
de savia nuevamente,
regresar a la tierra y a la luz verdadera
únicamente para morir de nuevo
y que lo entierren
pero como ataúd y entre las lágrimas!
PETROGLIFO
Hermano, hermano mío, te imagino
desnudo en esta piedra hace mil años
sosteniendo en las manos
la obsidiana más dura de este mundo.
Querías marcar para la eternidad
o sea para nosotros,
tus dioses y tus fechas más queridas.
Yo comprendo
lo que te habrá costado herir la piedra
durante tanto tiempo,
trazando tenazmente líneas curvas
que se buscan y huyen de sí mismas
perdiéndose y hallándose.
Pero hermano, no entiendo
qué quisiste decir con la serpiente.
¿Tal vez te desvelaba el atavismo,
cuatro colmillos largos,
la muerte y el veneno?
¿O es que acaso soñabas con serpientes
como nosotros cuando dormimos solos?
Comprendo lo del tigre:
yo mismo lo he envidiado
por su ferocidad y su belleza
(no su piel ya vacía en los abrigos
sino sus ojos vivos
capaces de leer el pensamiento).
Comprendo
que los monos también te sorprendieran,
irresponsables y libidinosos
lo mismo que nosotros.
Y el cocodrilo muerto en el río caliente
que de repente
vive,
mandíbulas, espasmo,
sangre en el agua limpia.
Y luego
de nuevo ese animal como una piedra,
cataléptico,
calentando en el sol sus vísceras heladas.
Y la espiral, ¿tiene un significado filosófico
o simplemente es que te complacía trazarla
y la tribu completa
admiraba lo bien que te quedaba?
Me parece que entiendo lo del sol,
el dibujo infantil como de broma,
aunque también podrías sorprenderme
escondiendo en un trazo tan sencillo
algún significado poderoso.
¡Ay, hermano, vecino, compatriota!
¿Qué querías informarme con todo esto?
Veo la piedra enorme,
la escucho atentamente
acercando la oreja a su contorno frío,
a ver si así comprendo.
Pero no estás aquí, no puedes enseñarme
los códigos secretos
de este hermoso zoológico tan viejo.
No tenemos
una costilla ni una calavera de toda tu familia
y perdimos las claves
para entender el cielo que veías,
la fecha de la siembra
o la derrota de tus enemigos.
Todo es olvido ahora.
Pero yo te prometo que más tarde
vendremos centenares de nosotros
y entre todos tal vez te entenderemos,
pregonero desnudo,
profeta de la piedra,
compañero en las sílabas sagradas
y nunca volveremos a olvidarte.
Marco Aguilar (Turrialba, Costa Rica, 3 de enero de 1944 – 3 de enero de 2023). Fue cofundador del Círculo de Poetas Turrialbeños. Realizó labores periodísticas para el diario El Costarricense y la Revista Polémica. Fue columnista para la Revista Lectores. Fue miembro fundador de la Comunidad de Autores Literarios y Editores de Turrialba. Forma parte del Colectivo Fundador de Turrialba Literaria. Obra: Raigambres (Líneas Grises, Turrialba, 1961), Cantos para la semana (Líneas Grises, Turrialba, 1962), Emboscada del tiempo (Ed. Zúniga y Cabal S.A., San José, 1984 y 1988), Tránsito del sol (Ed. Zúniga y Cabal S.A., San José, 1996), Obra reunida (EUNED, San José, 2009) y Profecía de los trenes y los almendros muertos (Nueva York Poetry Press, NY, 2020).
http://www.turrialbaliteraria.org/marco-aguilar.html